lunes, 4 de marzo de 2013

La renuncia de Benedicto XVI


Todo el mundo está sorprendido, perplejo por el hecho de que el Papa haya renunciado a su ministerio, como si el desapego voluntario del poder fuera a arrancarle la piel a quien de sí lo aleja por propia voluntad. El espanto parece provenir, para quienes en la distancia de la incomprensión lo observan, de que el poder sea adictivo, y que las prebendas constituyan la metonimia de su ejercicio. Sin embargo las palabras se quedan cortas para los que tratan de encontrar un halago que no es más que meramente proyectivo, del subconsciente de los que hablan. Y todo ello, en conjunto, me da la impresión que deja perfectamente incomprendido el acontecimiento histórico que hemos vivido. En realidad, lo que Benedicto XVI ha hecho es otra cosa.

Si el Papa hubiera tenido ansia de poder, todo lo que de él se ha dicho sería válido y comprensible; pero resulta que el Papa solo tenía vocación de servicio, ciertamente una alta vocación y un más alto servicio. Por ello su ministerio nunca se ha acercado, ni se ha rozado con el poder. No hay más que leer sus encíclicas, o el discurso de Ratisbona, o la alocución al Bundestag, o -por hacerlo corto- su catequesis del 30 de Enero de 2013 sobre Dios Padre todopoderoso. Cuando uno lee esos textos llega a la conclusión de que el hombre que aquello escribe está en las antípodas de lo que la gente pueda creer de su persona. Llega a la conclusión de que él tiene muy claro su ministerio, tanto que ni lo ha contaminado, ni lo ha dejado contaminar. Que habla un lenguaje completamente diferente a lo que las crónicas al uso puedan reportar.

A mí, por lo menos, me ha mostrado la antesala de la mística de una forma tan llana, elocuente y precisa, que comprendo el escalón que ha subido sin tener que hablar de renuncias. Por supuesto que ostentaba el mandato de regir la cristiandad, pero no con ánimo de hacerlo suyo. Ni siquiera de detentarlo, sino con intención de servirlo; procurando mejorarlo, consciente de que lo que se recibe se ha de entregar.

Ciertamente que el pastor tiene la cabeza más alta que las ovejas, y por eso ve más, a más distancia, y percibe mejor todo lo que acontece. Un intelectual que tiene su alma fuera de la estratosfera es obvio que no se puede parar en las cosas del siglo, como éste no se ha querido parar.

Son muchos los paralelismos que pueden encontrarse entre su persona y lo que los evangelios relatan. Podríamos llegar incluso a parafrasear a San Pablo con que “no hizo alarde de su categoría de Papa”. No le ha costado quitarse lo que no tenía, aunque todo el mundo pensaba que sí. Su encomiable timidez es fruto inequívoco de una humildad impropia de un intelectual de su talla. No le ha importado que lo suban a la peana más alta que el mundo pueda ofrecer. Él se ha sabido bajar porque no la quería para sí. Otra vez parece que lo retrata San Pablo en el “poseed como si no poseyeseis”. Yo creo que es realmente ascético, pero lo disimula con una sonrisa haciendo caso a su Maestro: “cuando ayunéis perfumad vuestra cabeza...”. Su tono de voz es siempre suplicante, ¿Y cómo puede suplicar quien ejerce todo el poder...?, evidentemente porque no lo ejerce, está a su servicio, que son cosas completamente diferentes.

Las doradas rejas de la curia no lo han aprisionado, ni los oropeles del boato le han constreñido lo más mínimo. Es un cristiano que se siente libre, que siente la libertad de los hijos de Dios, y la ha ejercido. Lo que el Papa ha hecho, es, aunque parezca mentira en nuestro siglo, simplemente un acto de libertad. El problema es que eso solo puede hacerlo quien verdaderamente sea libre, aunque los cronistas al uso no lo vean.

¡Que enorme grandeza!

Mariano Jiménez Ambel
Voluntario del SEPVAL

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