viernes, 17 de febrero de 2012

Experiencia del Grupo de Teatro XTO Sacerdote en Navidad



...Y vinisteis a verme

                Cuando a mediados de noviembre de 2011 se nos comunicó a los componentes del Grupo de Teatro de la Parroquia Cristo Sacerdote de Valencia que íbamos a hacer dos lecturas dramatizadas de Tiíta Rufa, de Antonio Lara Gavilán, “Tono”, última obra que habíamos preparado y que ya habíamos estrenado hacía seis meses con gran éxito, sentí la alegría propia del actor novato; pero cuando se nos indicó el lugar de las lecturas, me quedé patidifuso: la prisión de Picassent. Por entonces preparábamos ya Mulato, de Langston Hughes, ensayos que abandonamos para poner al día la comedia de Tono.
            La segunda sorpresa llegó con la necesidad de entregar una serie de datos, a fin de que pudiera sernos expedida autorización personal de acceso a la prisión, y la urgencia en ofrecerlos para que pudieran hacerse los trámites con tiempo. Pasaban los días y, como siempre, los miércoles, seguíamos ensayando en el Centro Parroquial, hasta que ya, cerca de Navidad, supimos que habríamos de actuar el 3 y el 4 de enero.
            Y, en efecto, el día tres, casi recién estrenado 2012, con tres automóviles, nos plantamos en la puerta del recinto, donde comenzó la lluvia de sorpresas. Unos guardias civiles en la entrada, que ni se preocuparon de nosotros, cosa que me dejó boquiabierto. Avanzamos unos treinta metros, hasta una barrera que nos cerró el paso, y unos funcionarios, tras comprobar la documentación, extendieron en sus ordenadores, una por una, las autorizaciones que nos permitirían acceder al recinto y que debíamos llevar siempre visibles y a disposición de quien nos las pidiera. Tan circunspectos nos lo decían, que escuchábamos en silencio expectante y total. Solo alguno nos atrevíamos a afirmar con la cabeza.
            Salvado el primer control, pensaba yo que ya comenzarían las rejas, pero como extraño solo aparecía, alanceando el cielo azul, la ingente y solitaria torreta que domina las edificaciones. En los jardines, hombres trabajando; en las aceras y calles mujeres barriendo.
Me quedé de nieve al saber que eran los propios reclusos quienes allí, al aire libre y al sol de la mañana, hacían los trabajos.
            Una vez hubimos aparcado, nos dirigimos al pabellón de “penados”. Allí sí, ya se sentía un agobio opresivo, pues las rejas eran visibles por todas partes. En el acceso comprobaron nuestra identidad y, tras sortear doble puerta automática, pudimos salir a un patio donde me invadió aguda sensación carcelaria, causada no solo por las rejas, sino por enormes rollos de alambre de espino situados en las zonas altas de los edificios.
            Atravesado el patio, una funcionaria, desde un recinto aislado, accionó una enorme, grosísima y pesada puerta hidráulica de acero que se abrió con lúgubre estrépito y se cerró de manera inmediata una vez habíamos entrado todos. Entregamos nuestros documentos de identidad y, tras comprobar las acreditaciones y que todo lo que llevábamos era autorizado, pasamos a un corredor, cuya puerta, también hidráulica, al cerrarse, me sobresaltó con golpe seco y metálico. Inmediatamente se hubo cerrado esa puerta, otra, menos espectacular, nos permitió acceder a un nuevo corredor, al final del cual, reagrupados y controlados por cámaras, se accionó una nueva puerta y entramos en una amplia zona, con techumbre traslúcida, que proporcionaba una grata claridad natural ligeramente tamizada. Alguien exclamó: “¡Parece que está lloviendo!” Era la zona de distribución de las distintas dependencias. Lo que habíamos recorrido hasta entonces se hallaba tan limpio que casi todos comentamos el detalle.
            Nuestros guías nos encaminaron hacia el Área Cultural, donde se hallan las aulas, la biblioteca, las secciones de informática y nuestro destino: el salón de actos. Me quedé maravillado al ver que los propios internos habían dispuesto el escenario tal como convenía. Uno de ellos se hizo cargo de la iluminación y la música y todo fue de maravilla.
            Prevista la dramatización para las diez y media, al cuarto, comenzaron a llegar reclusos. Venían como a una fiesta, charlando animadamente, riendo y fueron ocupando los asientos. Me sorprendía la familiaridad de los reclusos con los voluntarios, como si se conocieran de toda la vida, y el respeto, no obstante, con que se trataban. Cuando sonaron los primeros compases de la música, se hizo un silencio que yo jamás hubiera esperado y, salvo algún momento concreto, fue así a lo largo de toda la lectura.
            Cuando terminamos y algunos presos se acercaron a felicitarnos por lo que les había gustado, a agradecernos el haber estado con ellos, sentí que un pasaje del evangelio de San Mateo (...estuve en la cárcel y vinisteis a verme...) que me producía hilaridad cuando lo consideraba, porque me parecía irrealizable, se había llevado a cabo. Y me encontré lleno y consideré que en estas Navidades no solo había nacido Jesús entre villancicos en el belén de mis nietos, sino también, de otro modo, en el fondo de mi corazón entre las rejas de la cárcel.

                                                                                  Grupo de lectura dramatizada
                                                                                              “Cristo Sacerdote”
                                                                                                                     

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