
“Es que no he podido avisar... porque no me lo esperaba. No sabía que me iban a dar la libertad...”.
– Tranquilo, ¿A dónde te llevo?
– Al Cabañal...
– Sube, que nos vamos...
Resoplaba, sudaba, le faltaba el oxígeno, no sabía dónde poner las manos. Cuando ya el aire acondicionado del coche ha refrescado un poco la temperatura, empieza la conversación.
– Yo no tenía que haber estado aquí. No me acusan de nada, y me sueltan ahora de repente, después de unos meses.
– ¿Tienes familia?
– Sí, mujer y dos hijas.
– ¿De qué edades?
– De 12 y de 9.
– Son edades difíciles, porque la educación...
– Sí, sí, ya lo sé. Yo trabajo con niños.
– ¡Ah!, ¿Sí?
– Soy profesor de yudo. Enseño yudo en un colegio y un polideportivo desde hace doce años... Bueno, enseñaba...
– No te preocupes, verás como las aguas vuelven a su cauce.
– Yo fui el cinturón negro más joven de España, con 14 años...

Su cara era una mezcla de sorpresa y alegría, parecía como si no las hubiese visto nunca. Resoplaba. En el coche ya hacía frío. Él, seguía sudando...
Como vive en un primero de una zona peatonal, alguien de la familia estaba en el balcón.
Han empezado los gritos.
Su mujer ha bajado la primera, no articulaba palabra, se ha abrazado a él: un abrazo de ocho o nueve segundos para compensar unos meses... Se ha venido a mí:
– ¿Tú quien eres?
– Un voluntario de la Pastoral Penitenciaria.
Me ha dado dos besos. Ha llegado su hija la mayor, se ha colgado de su cuello, y con voz temblorosa, hecha un flan, le ha dicho:
– ¡Paaapi... te he echado de menos...!
Ya era bastante... me he ido.
En realidad yo no he hecho nada de particular, pero me siento un poco mercedario porque he ayudado a devolver a una persona a la libertad. No recuerdo su nombre. Él no sabe el mío.
Un voluntario.
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