martes, 14 de junio de 2011

SUDAR LA ESTOLA

Una misa en cumplimiento 
Lo menos que te puedes imaginar, cuando estás recogiendo los ornamentos sagrados, y vas a doblar la estola es que esté mojada. Pero sí. La estola está empapada de sudor, por lo que mutatis mutandi respecto de la camiseta. Se podría decir que en las misas que se celebran en el área sociocultural se suda la estola.

¿Y cómo es eso, si el cura está quieto? Pues moverse no se mueve demasiado, pero el patiment no se lo quita nadie.

Una misa es algo solemne, formal, de milimetrado rigor, ya que auna el carácter de rito con el de sacramento. En la cárcel es un poco distinto. 

Porque cada misa es diferente. Cada día pasa «algo nuevo». En la primera misa más de un domingo hay que interrumpirla dos o tres veces, y hacer las correspondientes moniciones de la buena educación, similares y allegados. Eso, sin contar las veces que los voluntarios, que se pasan el rato como linces clavándoles los ojos a los más locuaces, se han de levantar para ir a decirles una escuchita a los más revoltosos. 

Recuerdo un día en que uno del este, cosovar, me dijo: 
– Oye, me miras mucho tú, y a mi no me gustan los hombres. 
– Ni a mí que hables en misa. Así que, a ver si te callas. 

Y aunque es cierto que muchos van con la idea de participar en la misa, no todos tienen la misma intención, ya que salir del módulo es muy apetecible. Estos últimos no sólo prueban la paciencia del sacerdote y de los voluntarios, sino que también molestan a los internos convencidos, los cuales expresan su indignación animando al pater: - No les haga caso padre, comentan mientras le estrechan la mano.

He reflexionado bastante sobre todo ello. Y reconozco que al principio me pasaba un poco como a aquella funcionaria que, al terminar una misa me dijo escandalizada: ¿Porqué les dejáis que estén con gorras? Contaré un pecadillo mío: 

Un día en Roma, reventado de visitar iglesias y fustigado por un severo ferragosto, recuerdo que entré en una, me senté en un banco y me dije: - Ésta es la casa de mi Padre. Pues yo en casa de mi padre me puedo quitar los zapatos. Puse los pies en el fresco mármol y obtuve una inmediata sensación de consuelo. Obviamente lo que hice no está bien, pero los internos me han recordado muchas veces aquella malandanza, porque el salón de actos transformado en capilla ¿No es la casa del Padre de aquellas criaturas? 

Tal vez ellos perciban algo de eso. De alguna manera deben intuirlo. Yo no sé a qué vienen, pero sí que tengo la certeza de que “algo” encuentran, o algo reciben. Aunque algunos estén más distraídos que otra cosa. Algún chorro de gracia les cae, o algún trozo de semilla se les queda. 

Me he preguntado muchas veces cómo se sentirá el Señor ahí en medio de ellos. Porque por cierto tengo que presente se hace. Si pienso bien, sé que Él estará a gusto entre esa gente. 

Me digo, sí pero es que los excepcionales dan una brasa tremenda, es que no paran... es que pasan de la Misa... Entonces me acuerdo de mi ruindad y bajeza moral y veo con claridad que quizás Él esté más a gusto con ellos que con gente como yo. 

El P. Javier se desvela, es catequético, es didáctico, muy pedagógico, y se multiplica, porque toca muy bien la guitarra. Hace la misa amena. Es fino predicando. Pero lo pasa mal. Sufre cuando se tiene que enfrentar a “tíos que son más grandes que yo” - y ciertamente algunos son como armarios roperos, pero de la Bretaña noroccidental... y con tatuajes-. Sin embargo, por lo menos un ratito, los calla. A mí me ha dicho un interno refiriéndose a él: no nos lo merecemos. Quizás no sea fácil percibirlo, pero yo sé que oficia con plena conciencia de que ofrece lo mejor que puede. Y cuando uno ofrece pero otro no recibe algo tan sutil y tan hermoso como es una Misa... te puede sudar la estola. 

Las lecturas son algunas veces casi antilitúrgicas, diría yo, porque el lector exhibe tantas carencias y limitaciones que desata o la hilaridad o la burla en los más proclives a soltar el muelle -y de estos hay bastantes-, pero, sin embargo, pensándolo más despacio, tiene un valor impresionante para el que no se arruga a salir y no le importa exponerse al ridículo. Aunque lo haga mal, al menos a ese, le ha calado la lectura. Y uno es mucho. 

La paz. Se forma un tumulto regular. Yo estrecho unas 20 ó 30 manos. A veces te dan la mano como con sumisión. A esos les aprieto fuerte. Otros te aprietan ellos a ti, porque… quizás es lo mejor que les pasa en todo el domingo: el voluntario ha venido y me ha dado la paz. O el padre... Muchas veces me voy derecho a los que más molestan, o a los que les he llamado la atención: es terapéutico. Algunos encogen más el cuello que si les hubiera dado una colleja. 

La comunión es el culmen de la variabilidad de la feligresía. En ciertos casos te surge la pregunta: ¿Y quién soy yo para negar el sacramento? En otros, cuando levanto la sagrada forma y digo: ¡El cuerpo de Cristo! Algunos la miran de tal manera que compensa con creces todo lo demás, te abstraen del batiburrillo y le dan sentido al resto de sinsabores. Gracias, padre. 

Es muy curioso, porque cuando acaba la misa queda siempre una sensación de bienestar como difusa, pero flotando, claramente perceptible, y difícil de explicar... yo creo que es el sudor de la estola. 
Un voluntario de la Unidad de Cumplimiento

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