He tenido la gran suerte de
coincidir con él en la noble tarea de la Pastoral Penitenciaria, y me quedo,
para siempre, con su sonrisa. Cualquiera que tenga relación con el medio
penitenciario torcerá la cabeza cuando lea lo de “sonrisa”. Pero parece que
Dios escoge cuerpos pequeños para meter en ellos almas grandes. Como era
menudito, la definición más omnicomprensiva del Padre Ximo era su sonrisa.
¿Como se puede sonreír tras cuarenta años al servicio de los presos? Según la
teoría de no se qué teólogo más sabio que yo, el dolor que vas viviendo se te
acumula, te desborda, y llega un momento que te rompe. Eso cuando eres una
persona normal, con algo de humanidad. Pero eso no le sucedió a él porque su
sentido de la trascendencia era muy superior al común de los mortales. Porque
su voluntad de servicio le pudo al dolor con el que convivió y en el que había
de sumergirse para tratar de ayudar al prójimo privado de libertad.
Conozco a Samba, un africano a
quien bautizó el Padre Ximo en la prisión, y preparó para la primera comunión.
Pocos internos comulgan con la devoción que lo hace éste, a pesar de estar
enfermo. Muy enfermo. Tiene sida, sífilis y tuberculosis... pero es que los
predilectos del Padre Ximo eran los de la enfermería. Y no es que solo se
preocupara de la salus animarum de su
grey, ni mucho menos, si no ahí está la anécdota del día que estaba
intercediendo por uno ante el Juez de Vigilancia Penitenciaria y como dieron
las doce dijo:
·
Si no le importa... señoría...
El ángel del Señor anunció a María...
Y rezó el ángelus.
Cuando nuestro actual arzobispo
visitó por primera vez la cárcel de Picassent, en un momento de la visita, le
dijo:
·
Don Carlos, venga, que le quiero
enseñar a un preso muy especial...
Y lo llevó a una celda donde hay
una silla y un sagrario. Ese sagrario está allí gracias a él.
Lo conocía mucha gente, mucha,
mucha. Y todo el que lo nombra evoca un recuerdo grato.
Él nos esperaba todos los
domingos después de decir la misa de la enfermería a que saliéramos nosotros de
los módulos de cumplimiento para irse con el Padre Javier. Salía de debajo de
un árbol en el jardincillo, con su sonrisa, como si dijera: en la Modelo no
había jardín. No echaré de menos esa expresión feliz porque sé que sus frutos están
ahí y su ejemplo nos edificará siempre, pero, sí que, con permiso de San Juan
de La Cruz le diré como
Pasó por estos sotos con presura
y, yéndolos mirando,
con sola su figura
vestidos los dejó de hermosura.
En haber coincidido con él en el
servicio toma cuerpo la comunión de los santos y me siento feliz de haberlo
conocido. Poco más te podré decir, amable lector. Ha muerto una persona grande
de la Iglesia Universal. De aquellas que no hacen ruido, pero que constituyen
esa insondable riqueza de gracia con la que Dios agasaja a los que saben
apreciar una vida de servicio a quienes en verdad necesitan ayuda, porque esa
ayuda la ha sabido convertir en apoyo y éste lo transformaba en cariño.
Ninguna otra cosa menos bella
puedo decirle, porque tengo la certeza absoluta de que él ya ha oído esas otras
palabras:
¡Ven, bendito de mi padre,
porque estuve preso y viniste a verme!
Mariano Jiménez
Ambel
Voluntario de
SEPVAL