domingo, 4 de noviembre de 2012

In memoriam padre Ximo

He tenido la gran suerte de coincidir con él en la noble tarea de la Pastoral Penitenciaria, y me quedo, para siempre, con su sonrisa. Cualquiera que tenga relación con el medio penitenciario torcerá la cabeza cuando lea lo de “sonrisa”. Pero parece que Dios escoge cuerpos pequeños para meter en ellos almas grandes. Como era menudito, la definición más omnicomprensiva del Padre Ximo era su sonrisa. ¿Como se puede sonreír tras cuarenta años al servicio de los presos? Según la teoría de no se qué teólogo más sabio que yo, el dolor que vas viviendo se te acumula, te desborda, y llega un momento que te rompe. Eso cuando eres una persona normal, con algo de humanidad. Pero eso no le sucedió a él porque su sentido de la trascendencia era muy superior al común de los mortales. Porque su voluntad de servicio le pudo al dolor con el que convivió y en el que había de sumergirse para tratar de ayudar al prójimo privado de libertad.
 
Conozco a Samba, un africano a quien bautizó el Padre Ximo en la prisión, y preparó para la primera comunión. Pocos internos comulgan con la devoción que lo hace éste, a pesar de estar enfermo. Muy enfermo. Tiene sida, sífilis y tuberculosis... pero es que los predilectos del Padre Ximo eran los de la enfermería. Y no es que solo se preocupara de la salus animarum de su grey, ni mucho menos, si no ahí está la anécdota del día que estaba intercediendo por uno ante el Juez de Vigilancia Penitenciaria y como dieron las doce dijo:
 
·                     Si no le importa... señoría... El ángel del Señor anunció a María...
Y rezó el ángelus.
 
Cuando nuestro actual arzobispo visitó por primera vez la cárcel de Picassent, en un momento de la visita, le dijo:
·                     Don Carlos, venga, que le quiero enseñar a un preso muy especial...
Y lo llevó a una celda donde hay una silla y un sagrario. Ese sagrario está allí gracias a él.
 
Lo conocía mucha gente, mucha, mucha. Y todo el que lo nombra evoca un recuerdo grato.
 
Él nos esperaba todos los domingos después de decir la misa de la enfermería a que saliéramos nosotros de los módulos de cumplimiento para irse con el Padre Javier. Salía de debajo de un árbol en el jardincillo, con su sonrisa, como si dijera: en la Modelo no había jardín. No echaré de menos esa expresión feliz porque sé que sus frutos están ahí y su ejemplo nos edificará siempre, pero, sí que, con permiso de San Juan de La Cruz le diré como
 
Pasó por estos sotos con presura
y, yéndolos mirando,
con sola su figura
vestidos los dejó de hermosura.
 
En haber coincidido con él en el servicio toma cuerpo la comunión de los santos y me siento feliz de haberlo conocido. Poco más te podré decir, amable lector. Ha muerto una persona grande de la Iglesia Universal. De aquellas que no hacen ruido, pero que constituyen esa insondable riqueza de gracia con la que Dios agasaja a los que saben apreciar una vida de servicio a quienes en verdad necesitan ayuda, porque esa ayuda la ha sabido convertir en apoyo y éste lo transformaba en cariño.
 
Ninguna otra cosa menos bella puedo decirle, porque tengo la certeza absoluta de que él ya ha oído esas otras palabras:
 
¡Ven, bendito de mi padre, porque estuve preso y viniste a verme!
 
  

Mariano Jiménez Ambel
Voluntario de SEPVAL