En la segunda misa que se celebró el pasado domingo 20 de
Enero de 2013, en el área sociocultural del centro de cumplimiento, un instante
antes del Ofertorio, empezó a sonar un violín.
Desde la más recóndita esquina donde se pone el coro de
Capellanía empezó a inundar todo el salón de actos el aterciopelado sonido de
un violín que interpretaba el Ave María de Schubert. Tras los primeros acordes
el auditorio estaba como petrificado. Las caras de los internos eran un poema:
desde el "¡Ayvá!, ¿Eso qué es?" hasta el "Jo, ¡Qué
bonito!". Ciertamente allí había
gente que no había visto de cerca tal instrumento nunca, y que, por supuesto,
no lo había oído sonar en directo. Un poco antes de esto observé como uno del
coro cogía el arco, lo examinaba minuciosamente, y pasaba su dedo deslizándolo
sobre la crin.
Supongo que el intérprete jamás pensó que tocaría en
semejante sitio. Por eso empezó dando las notas, enseguida pasó a tocar, pero
terminó interpretando. La versión fue memorable, porque la coda la terminó en
armónicos, -que, para los no iniciados, es ese sonido evanescente que produce
la ausencia del tono fundamental-. El Ave María de Schubert es, de por sí, una
composición emotiva, bonita, y se ancla en el alma enseguida que se escucha; no
en vano figura entre las piezas de raigambre en el repertorio universal. Pero oído
allí, inesperadamente, es algo mucho más agitador de la emotividad, de esa
emoción que anuda nuestra garganta y agolpa nuestras pupilas, tal vez con una
tentativa de lágrima, o con una lágrima frustrada, que, para el espíritu,
vienen a ser la misma clase de pena.
Era el primer violín del coro. En las orquestas es el primer
violín el que se encarga de afinar a todo el conjunto, y también es el que
interpreta los solos más difíciles, o, como dicen los entendidos, las piezas de
bravura. La verdad es que yo no pensaba en el primer violín como un numeral al
que han de seguirle los correlativos. ¡Ojalá!, pero eso es poco probable. Más
bien pensaba en él como el primus pilum. Es
decir el legionario romano que iba el primero del primer manípulo de la primera
cohorte. Así lo veía yo, solo que no con una lanza, sino con un precioso
instrumento musical. Y, cuan distinto sería todo si en vez de aprender a liar
porros aprendiésemos a descifrar pentagramas. Si eso sucediera, tendríamos allí
una orquesta sinfónica, en vez de un grupo de personas sufrientes que quedaron
perplejos al escuchar algo tan bonito. Pero no perdamos la esperanza, ya
tenemos nuestro primer violín. A ver si pronto viene el segundo.
Un voluntario del SEPVAL