miércoles, 21 de marzo de 2012

Pedro Claver «Esclavo de los esclavos, para siempre»

Cercana la firma del convenio de colaboración entre el Arzobispado de Valencia y la Compañía de Jesús Provincia de Aragón, el P. Jesús y el P. Mariano, los dos jesuitas que van a vivir en el piso de acogida, nos facilitan un texto para entender el porqué de llamarlo: Piso de Acogida «CLAVER».

Darse, sin medir las consecuencias

San Pedro Claver se ocupaba también de los presos comunes o de aquellos apresados por la Inquisición, y se pasaba largas horas en los calabozos escuchando sus cuitas. Por sus ruegos, dos abogados se encargaban de la defensa de los presos pobres. También los consolaba a los condenados en el momento de la ejecución con vino, perfume y bizcochos. Y con los protestantes, alguno de ellos ejecutado en un Auto de Fe, se comportaba con igual cariño y misericordia, sin importarle las consecuencias. Llegó a convertir a varios, entre ellos un arcediano de Londres. Misionaba además pueblos de los alrededores, comiendo y durmiendo en chozas abandonadas, entre murciélagos y ratas. Le nombraron ministro (encargado de asuntos materiales) de la casa. Pero, como cogía siempre para él los oficios más duros, el superior lo hizo maestro de novicios coadjutores, a los que conducía a la leprosería escoba en mano.
Todo ello respondía a una profunda vida espiritual. Austero hasta el heroísmo –dormía poco y en el suelo, apenas comía y vestía cilicios, aún con el clima de Cartagena–, tenía dicho al hermano portero que no molestara en la noche a los demás padres cuando venían a pedir sacramentos, sino que acudiesen a él.
Para la oración le gustaba mirar un libro de imágenes de la vida de Nuestro Señor y se detenía sobre todo en pasajes de la Pasión que recordaba el resto del día. El negro Diego Folupo lo vio elevado del suelo como “caña y media” con los ojos fijos en un crucifijo que sostenía en las manos. Le atribuían numerosos milagros, como resurrección de muertos, clarividencia y profecía.

Oposición a su trabajo

Aunque su fama de santidad cundía por toda la ciudad, aunque su provincial llegó a decir que él solo trabajaba por seis sujetos, y aunque no le faltaron a Pedro Claver cartas laudatorias del padre General de la Compañía, muchos otros se opusieron a su trabajo y a su persona. Los informes que enviaban a Roma decían de él que era «mediocre de ingenio», «de prudencia exigua», «muy melancólico». También le llegaron avisos de la curia acusándolo de «abusar de sus intérpretes a expensas del Colegio», de «retener en su poder depósitos de dinero sin precisar si era con facultad de los superiores locales», y tener en el aposento botijas de vino, que usaba para sus negros. Asimismo, le llamaron la atención por reprender a una dama española que se pavoneaba en la iglesia de su guardainfante. Otros jesuitas no venían bien que diera preferencia a los negros sobre los blancos, temas que incluían en sus cartas acusatorias a Roma.
Claver enfrentó una pertinaz oposición por parte de las autoridades civiles y comerciales, quienes sospechaban que el ministerio del sacerdote socavaba su lucrativo comercio. Pero los traficantes de esclavos no eran los únicos enemigos de Pedro Claver. El misionero fue acusado de exceso de celo y de haber profanado los sacramentos al darlos a «criaturas que apenas poseían alma».2 Importantes mujeres de Cartagena se negaron a entrar en la iglesia en la que el Padre Claver reunía a sus negros. Los superiores del santo eran a menudo influenciados por las muchas críticas que llegaban a ellos. Sin embargo, Claver continuó su trabajo, aceptando todas las humillaciones y añadiendo rigurosas penitencias a sus obras de caridad.

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