domingo, 30 de septiembre de 2012

Punto de Orientación Jurídica del SEPVAL

Este artículo, está dedicado a Raquel, para darle la bienvenida, y, si cabe,
aumentarle la ilusión con que se ha incorporado.

 

 

Así trabaja el departamento jurídico de la Pastoral Penitenciaria

 

Estaba muy preocupado por el juicio de Berta. La causa era muy compleja, de los diez procesados había algunos en paradero desconocido y otros sin notificar. Pensaba que, inevitablemente el juicio no se celebraría, lo cual suponía que ella iba a seguir presa en preventivos hasta ni se sabe. Me daba rabia, porque tenía una buena defensa. Ella había actuado de secretaria, pero jamás había tomado dinero de ninguno de los estafados. Y sí, lo que ella hizo fue levantarles unos miles de euros a los estafadores, pero de eso no la acusaban, así que por virtud del principio acusatorio a ella no la pueden condenar por algo de que no la acusan. En realidad ella llamó al 112 a denunciar el asunto, y luego a la policía. Dos veces, pero, curiosamente, esas llamadas no estaban transcritas en el sumario. “No tenían contenido relevante”, decía la propia policía. Le pedían seis años. Estaba encerrada desde Junio de 2010.

 

Yo la conocí en el coro de Capellanía, donde cantaba. Me contó que “no tenía abogado”, porque el que tenía de oficio no iba a verla ni sabía nada de él. Lo llamé y me decía que el asunto era gordo, que había mucho tomate... no le costó mucho darme la venia. Inmediatamente le recurrí la fianza. Se la rebajaron a la mitad, pero ella no tenía ni un euro. No podía pagarla

 

Yo sí creía en la inocencia de Berta, pero ahora se acercaba el juicio y aparecía el fantasma de la suspensión. De todas formas estaba la acusación de asociación ilícita. Cuando se convocó la primera sesión bajé a verla a calabozos y le pregunté porqué se había juntado con aquella gente.

 

Mi exmarido me obligó. Me pegaba.

 

Me subo, más que atacado, incendiado, a hacer pasillo en la puerta de la Sala. Corrillo de abogados con toga puesta:

 

¿Tú eres el abogado de Berta?

Si.

Hola, hombre.

No comprendo porqué ella está en la cárcel y estos están aquí...

Sí, la verdad es que tienes razón...

Ella no ha hecho nada y no puede pagar la fianza

Bueno, vamos a ver, espérate.

¡Deberían de pagarle su finaza!

 

Se va al grupo de los extranjeros, vuelve:

 

Sí, ellos van a pagar la fianza

Parece que el fiscal está proclive a un acuerdo. Si pagan 20.000 euros, pedirá dos años a todo el mundo, y …

¡Hombre, eso está muy bien!

Pero necesitan tiempo para reunir el dinero...

Bueno, pero a Berta hay que ponerla en libertad hoy...

 

Entramos a hablar con el fiscal. Efectivamente, es proclive al acuerdo.

 

Pero a esa chica hay que sacarla de la cárcel.

Bueno, yo no me opongo a su fianza.

Voy a ofrecer 750 euros...

Esta bien, es la mitad...

Bueno, pero para lo otro necesitamos tiempo...

Bien, suspendemos.

Sí, pero Berta a la calle.

Bueno, entramos en sala

Que pasen los acusados.

 

Traen a Berta los dos policías de rigor, me siento a su lado y le digo.

 

No te preocupes de nada ahora. El juicio no se va a celebrar, pero tú te vas a ir a la calle.

 

Se le iluminó la cara, y me subí al estrado.

 

Como el Presidente no estaba dispuesto a empezar el juicio, porque sabía de sobra que no era posible concluirlo en el plazo legal de un mes, suscitó las cuestiones previas.

 

Solicito la inmediata puesta en libertad de Berta, mi defendida, y para ello ofrezco una fianza de setecientos cincuenta euros.

¿Que dice el Ministerio Fiscal?

El Fiscal no se opone, es la mitad de la acordada.

 

No hubo que insistir mucho en convencer al Presidente de que cerrara allí el acto y citara, una vez ordenadas las buscas, para otro momento. Me dijo que a lo largo del día resolvería por auto.

 

La verdad es que, sin nadie preso, ya no hay inconveniente en alargar la espera hasta seis meses. Los abogados de los extranjeros les van a decir a ellos que un mes, para forzarles a buscar el dinero.

 

Al acabar la mañana tenía el auto de disminución de la fianza, y había quedado con el compañero en vernos al día siguiente en Banesto para depositarla. Quedamos a las nueve, yo estaba media hora antes. Hicimos el ingreso, y me subí a la Secretaría. Era el día de la huelga general, había poca gente, y, naturalmente, la que llevaba mi asunto, no estaba. A la compañera que me atiende se lo explico:

 

Es que la interna ya sabe que va a salir, y si la dejamos allí un día más le da un ataque...

No, pero yo no puedo hacer nada porque el Secretario no está y eso lo tiene que hacer él...

Bueno, pero vamos a intentarlo. Le dejo el original de la consignación de la fianza...

 

Me voy, y a la media hora me suena el teléfono:

 

Que ya puede venir a firmar la comparecencia...

¡Voy para allá!

 

Debí convencer a la funcionaria, porque cuando llegué la comparecencia ya estaba firmada por el Secretario, antes de que la firmara yo.

 

Faltaba Picassent.

 

Berta me había escrito una carta diciéndome que, cuando saliera, por favor fuera a recogerla, porque tenía muchas pertenencias... y nadie que fuera a por ella.

 

Así que, a las cuatro, me fui para la cárcel. Pregunto en la entrada

 

¡Uy!, no sabemos, no se que, no se cuantas, espere en la cafetería...

 

La cafetería estaba cerrada. Me voy al coche y mientras espero observo las personas que acuden a comunicar, que vuelven de permiso, o que van al vis a vis. Mi conclusión es que el límite elástico de lo que cabe en la viña del Señor es sumamente grande. Y el del drama de la cárcel también: niños pequeños, abuelas, madres deshechas... el espectáculo no me seduce nada. Son las cinco y vuelvo a preguntar.

 

Ahora acaba de entrar el agente judicial que trae las notificaciones, espérese a ver...

 

A la media hora vuelvo, pero esta vez con mi carnet de abogado en la boca, y una copia del auto de libertad en la mano.

 

Entonces las cosas cambian un poco, la funcionaria coge el teléfono...

 

Sí; va a salir, y lleva bastantes cosas

voy a pasar el coche...

sí, entre

 

Ese segundo parking me resulta muy familiar. Es el que veo todos los domingos.

 

Me siento en el banco que hay frente a la puerta de entrada de cumplimiento. Intento imaginarme qué está pasando en el módulo. Creo que ese rato se me hace a mí mas largo que a ella.

 

Me voy para el funcionario. Está escéptico.

 

En la entrada me han confirmado que va a salir. Lo que quiero saber es a que hora aproximadamente

¡Hombre, no tienen hora, porque tienen que hacer muchas cosas... tienen que ir a huellar.

Pues nada, esperaremos...

 

Me vuelvo a sentar. El sol empieza a declinar, ya han cesado los tumultos de las comunicaciones. Se ha ido todo el mundo. El silencio es una losa como las de los muros... Me pesa. Aunque se el final, me pesa.

 

De repente se oye por los altavoces:

 

¡Ordenanza de exteriores acuda a …!

 

Ahí está ya, pensé. Y, efectivamente, al poco, unos brazos en alto me saludaban agitándose.

 

Ves bajando las cosas a la acera que voy a traer el coche hasta aquí

 

Descorrí el techo y le dije:

 

Quiero que veas el cielo...

 

Estaba feliz, tenía la cara colorada. Se pasó todo el viaje hablando; hablaba, hablaba feliz.

 

Cuando terminamos de bajar los paquetes del coche en la esquina de la casa de la amiga que la iba a acoger me acordé de la parábola del samaritano y el herido. Le di cincuenta euros y me fui. El domingo que viene ya no la veremos en misa, pensé.

 

Pero yo estaba equivocado. Mucho antes del domingo suena mi móvil:

 

Soy el comisario Gutiérrez, ¿Es usted el abogado de Berta?

Sí, ¿Que pasa?

No lo se, nos la tenemos que llevar a Madrid

¿porqué?

La reclama la Audiencia Nacional... hay una orden internacional de busca y captura, y nos tenemos que ir ya.

¿No me da tiempo a ir?

No.

Entonces, si es usted tan amable, le digo lo que le tiene que decir a la detenida, y se lo trasmite usted...

¡Hombre...!

Mire, tiene que decirle que diga que...

 

Al día siguiente suena mi móvil:

 

-¡Hola!, soy Berta, me han soltado, pero estoy en Madrid y no tengo como volver a Valencia.

 

Frustración y desesperanza. No conozco a nadie que la pueda ayudar en Madrid.

 

No se como, pero ella lo resuelve. Me dice si no me importa que su madre le mande dinero mediante una carta a mi despacho.

 

A través del procurador recibo el traslado a la Sala de Valencia de una diligencia de la Audiencia Nacional en donde muy confusamente dicen que Berta se ha ofrecido voluntariamente a comparecer ante la justicia de su país.

 

Inmediatamente presento un escrito refutando tal cosa y aclarando que ella no tiene intención de eludir la acción de la justicia de su país, pero que primero tiene que resolver las cuestiones pendientes en España, entre otras cosas porque el auto de procesamiento es anterior a la requisitoria internacional.

 

Por una vez en la vida, el Fiscal parece que me entiende y añade, además, que considera vital su testimonio para la causa, y por ello debe permanecer en España.

 

Vuelve a sonar mi móvil:

 

Estoy otra vez en Picassent....

Pero ¿Como es posible...? sin avisarme... sin nada...

No se porqué estoy aquí...

Iré a verte.

 

Yo ya tengo los cien euros que me ha mandado su madre dentro de una carta, pero como voy a verla como abogado, al locutorio, no puedo dárselos. Le digo que haga la instancia al Administrador de la  prisión para que me acepte como oferente de peculio, y se los ingreso.

 

La Audiencia Nacional acepta la prelación de la Sala de Valencia y la ponen en libertad.

 

La vista de su causa será el mes que viene. La condenarán a dos años, pero como estará pagada la responsabilidad civil, se le remitirá la pena.

 

Volverá a su país, que al ser de la Unión Europea, no la juzgará por los mismos hechos que han sido sentenciados en España, y su calvario habrá acabado.

 

En el departamento jurídico de la Pastoral Penitenciaria nos sentimos felices de haber ayudado a ello.

 

 

Mariano Jiménez
Abogado – Voluntario de SEPVAL

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