sábado, 30 de abril de 2011

Testimonio del Jueves Santo en prisión (Unidad de Cumplimiento)

(escrito el mismo Jueves Santo por la tarde)
Es mi primer Viacrucis en la cárcel de Valencia. Los tambores, cajas y atabales impresionan, porque retumban por aquellos corredores y galerías. Los pasillos tienen su acústica y su resonancia, pero las personas también. Es más sobrecogedora la capacidad de emocionarse viendo las caras de los presos mirar a Cristo atado a la columna puesto allí en el suelo agolpados tras las rejas de la cancela. Los hay de todos, con fe, sin fe y mediopensionistas.

Tuve suerte. Fray Javier me asignó el módulo 9. Tenía que buscar dos internos para que leyeran la estación que nos tocaba. Cuando entré a saludar a los funcionarios y explicarles a que iba, vi a J.P. y a X., y pensé: lo tengo resuelto. A estos dos los conozco del coro de Capellanía. Sin problemas.

Comento con los funcionarios, en qué momento avisar, si muy pronto se aburren, si muy tarde no vienen todos. Consigo motivar a uno de ellos, que llama constantemente a los otros módulos a ver por dónde va la procesión, e intenta establecer el posible recorrido. Entonces, el más mayor, que parecía no estar interesado dice: «El recorrido del Viacrucis debería ser acorde con los números de los módulos. Estación con número de módulo».

Me voy al comedor y empiezo a ensayar la lectura. X. había ido al dentista y no estaba en condiciones de leer. Estaba V. Nuestra estación era la XII, la muerte de Nuestro Señor en la cruz. La lectura a cargo de los internos eran las siete palabras. Les pido que lean despacito. Les explico cómo es la pronunciación de la frase en arameo, la queja por el abandono. Lo repasan todo. Cuando ya se lo saben, llaman al coro. Se tienen que ir, el funcionario no acepta que se vengan después de la procesión conmigo. Les digo que se vayan pero estoy sin lectores. Acudo a los funcionarios... «los de la escuela...» bueno, que vengan. Hablo con ellos, a prisa. Ya se oían los tambores. No sé cómo se llaman... pero leyeron bien. Se alternaron diciendo cada uno una frase.

Antes que los primeros nazarenos llegó Geles con el micro inalámbrico y el troller de la megafonía. Hice una monición introductoria en la que, para conseguir que entendieran que por ser la estación que era debían tener el conveniente más que silencio recogimiento. Les conté como el Viacrucis forma parte de la tradición oral en la tradición de la fe. «No busquéis el relato de la Verónica en los Evangelios, que no está; esto lo cuenta la Iglesia trasmitiéndolo de boca en boca todos los años... Escuchad esas siete frases que dijo Jesús en la cruz».
El crescendo de los tambores ya próximos a la cancela introdujo las andas con el paso de Nuestro Señor atado a la Columna. Rezamos la estación. Todo salió muy bien. Respeto y recogimiento. Oramos por los internos que están en el módulo de aislamiento, vecino al nueve. Y cuando Fray Javier nos bendijo con el portapaz con una reliquia de la columna donde estuvo atado Jesucristo, yo me sentí plenamente bendecido, porque estaba dentro de la reja, estaba allí con ellos, era uno más, y no lo necesitaba menos.

Esperé a que se fueran retirando. Les di las gracias a los funcionarios y los felicité porque «todo había salido muy bien». Con el vestíbulo lleno de internos no dudaron en abrirme las dos rejas. Todavía en medio de un cierto ambiente de silencio, me fui del módulo. Alcancé a rezar la siguiente estación y me deslicé al área a terminar de preparar para la celebración eucarística.

Como voluntario, siempre estoy en las misas mirando a los internos, al lado del altar. Esta vez he estado en el patio de butacas, sentado detrás del Director. La visión que tenía era magnífica. Los «apóstoles» cuyos pies iban a ser lavados -nadie sabía que, también besados- estaban arriba del escenario, decorado con lienzos rojos. En medio, la mesa con los atributos del Monumento donde con más intimidad que ceremonia quedaría reservado el Santísimo.

Cuando escribo esto una vela estará ardiendo junto a Él. Solo una. Será el Monumento más pobre que he visto nunca, pero, sin ninguna duda, también el más rico que haya habido jamás.

Los doce apóstoles eran: dos representantes de la Real Orden de Santa María del Puig; dos nazarenos de la cofradía de Cristo atado a la Columna; una voluntaria de Pastoral y los internos e internas que se han ofrecido voluntarios. 

Los cofrades con sus cetros en primera fila, los internos detrás. El coro, hoy con director invitado, y J.P. al saxofón. Fray Javier ha estado feliz. Hay una frase no muy litúrgica, pero muy expresiva: pez en el agua. Así estaba él. Y como es de bien nacidos ser agradecidos, le ha dado las gracias a todo el mundo. Y ha explicado porqué: celebraba el aniversario de su ordenación sacerdotal. Se siente pleno. Al oírlo hablar a mi me ha recordado aquello del ciento por uno... Su plenitud la ha querido compartir con nosotros y nos ha hecho el regalo más propio de Jueves Santo: nos ha dado la comunión bajo las dos especies.

Ha sido un día feliz. Bien, muy bien, mercedarios, hoy le habéis podido decir al abatido una palabra de aliento. Salgo de allí con una plenitud mucho más grande que mi propia dimensión.

Mariano Jiménez,
Voluntario

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