“Andar 20 kilómetros diarios”, algo que no me
resultaba nada atractivo. Sin embargo, tras esto existía un deseo enorme de
compartir esta experiencia. Personas muy diversas, ‘jergas’ muy distintas,
prejuicios por medio (por qué negarlo)… y en tan solo unos días hemos pasado a
ser de completos desconocidos a, como bien dijo un grande, buenos “amiguitos”.
“¿Qué me
diferencia a mí de una persona privada de libertad?”, después de esta
peregrinación puedo decir que absolutamente NADA. Ellos han cometido errores,
yo los sigo cometiendo, ellos se han fallado a sí mismos, yo lo hago cada día.
Somos personas humanas, y de eso nadie puede privarnos.
En
estos días me he encontrado con gente entregada completamente a los demás, sin
esperar nada a cambio: El grupo de voluntarios, los capellanes, y por supuesto
todas aquellas personas que nos acogieron, alcanzando incluso el límite de sus
posibilidades, con el fin de que estuviéramos bien atendidos. Es en estos
momentos, en la entrega desinteresada, cuando se ve la presencia de Dios en
cada persona. Aunque, personalmente, lo que más me sorprende es la presencia de
Dios en los usuarios, en sus “niños”. Porque a pesar de la posible fachada que
han estados ‘obligados’ a crear, se encuentra en cada uno de ellos un corazón
con una bondad enorme, que únicamente procede de Dios. Como todos, necesitan
recibir ese tipo de amor, y en la experiencia se ha visto reflejado como, ante
tal afecto, han regresado con un brillo diferente en sus ojos.
Estoy
completamente agradecida a todas las personas que de alguna forma han formado
parte de esta peregrinación. Para mí ha sido una experiencia muy importante, he
aprendido a mirar con otros ojos, a empatizar con quienes no son como yo, pero
sobre todo a querer desde el corazón a los demás. Muchísimas gracias.
Lucía H., la pequeña del grupo
Voluntaria del P.O.P.-Bienvenido Lahoz, O.de M.
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