sábado, 7 de abril de 2012

El Jueves Santo de los 'cleenex'

El comienzo del triduo pascual en la cárcel de Picassent lo marca la procesión de Jesús Atado a la Columna que, como viene ya siendo costumbre, realiza la cofradía homónima del Cabañal.

Cuando llegamos el otro voluntario y yo, ya bajaban los nazarenos del autobús. El Padre Javier reparte las lecturas de las estaciones y los carteles que las anuncian. Pegamos la primera en la puerta del Área, y nos vamos a nuestro módulo. El siete. No es un buen módulo. El funcionario se quejaba:

- El otro día vino una señora política a visitar la cárcel. La llevaron al área sociocultural y al módulo cuatro... ¡Eso no es la cárcel...!

Había tres funcionarios. Se han mostrado muy colaboradores, y, a nuestro ruego, han acometido unánimes la ardua tarea de buscar a dos lectores. Consensuados los nombres, los llaman. Les explicamos la tarea, y la aceptan gustosos.

- Venga, léelo primero una vez para ti, y luego en voz alta...
- Muy bien, lee despacito ¿Eh?
- Bueno que nos bajamos que tienen que repartir las medicinas.
Y desaparecen.

El otro voluntario le pide al funcionario que quiten los contenedores de basura de la entrada. El funcionario se muestra reticente:

- Si vienen aquí; aquí lo que hay es eso... y eso es lo que hay.
- Bueno, pero como se trata de mejorar... pues así mejora esto un poquito, y además es que si no no van a caber...
Accede, y da la orden.

Durante el compás de espera la conversación es distendida:
- ¿En este módulo hay muchos préstamos?
- Si, claro, hay varios...

Llega el reparto de las medicinas. A alguno hay que llamarlo tres veces, y al final la enfermera ha de dejarle la bolsita con las pastillas al funcionario.

Seguimos la conversación.
¿Y los intereses que se pagan?
¡Uf!, y los pagan las familias... les dicen que se busquen la vida con los de fuera, pero que paguen aquí dentro. No perdonan...

Aparece uno buscando su bolsita de pastillas, totalmente «colocado».
- ¿Y para que va a venir?, si él cree que las drogas que tiene ahí abajo son mejores que estas...

Y todo esto, sin perder de vista el patio. Miran, observan, vigilan, no pierden detalle de lo que pasa abajo... al menos, de lo que está visible.

Ya se oyen los tambores. Están en el módulo de enfrente.
Buscamos a nuestros lectores, repasamos.
No se arremolina mucha gente.

Reparto de metadona. La metadona no entra al módulo, se queda en el pasillo central. Salen a buscarla unas quince personas. En el módulo hay cien. Los nazarenos ya están en nuestra reja.

El que tengo al lado dice:
- ¡Esa es una mujer!
- Son todas mujeres, le digo para sosegarlo.
- ¿Puedo cantar una saeta?
- Sí claro, le pediremos permiso al cura... ¿Te importa que te graben? es que se va a grabar, pero no es para la tele, es para el Arzobispado.
- ¡Ah bien!.

Hacemos la undécima estación. Los lectores, temblorosos, cumplen bien su cometido. El Padre Javier nos bendice con la reliquia de la columna donde flagelaron a Jesús.

El interno se arranca con El Cristo de los Gitanos. Su voz es ronca, honda, aunque quiere hacerlo estilo quejío. Impresiona ver de la profundidad de donde sale. La emoción se nota en las caras.

Suena la corneta. Aquello no es una banda, es una mascletá. A cada zamarrazo, el papel de las lecturas tiembla en mi mano.

- Ves a ver si están puestas las formas y el vino en los cálices. Voy a celebrar la misa arriba...

El escenario está preparado con las sillas para el lavatorio, en semicírculo. En medio hay una mesa bastante grande pero de no más de un palmo de altura. Pienso: no se como va a decir la misa aquí. El vino está puesto, pero no encuentro las formas. Me pongo nervioso. Busco y rebusco, ni siquiera las de repuesto están en la taquilla. Los nazarenos ya están entrando al salón de actos. Le pregunto al Padre Josep, y, por fin aparecen. Empieza la misa, el Padre Javier me dice:

- Falta el misal y el leccionario.

Los traigo, busco las lecturas. Las velas tampoco estaban encendidas.

Comienza el lavatorio. Veo que el Padre Javier llama al otro voluntario. ¿Qué pasará ahora?

Nada, los «apóstoles» con el pie chorreando, y no hay toalla. Les pide pañuelos de celulosa a las voluntarias, y con un par de paquetitos hemos salido del paso. Pero quedará en el archivo de nuestra memoria como «el Jueves Santo de los cleenex».

No me ha extrañado oírle decir en la homilía:
- A mi el Señor cada día me sorprende...

Sin embargo, hemos acabado con bien. El coro ha estado genial. El interno que toca el saxofón lo ha hecho con verdadera unción, el Padre Josep ha cantado y tocado estupendamente, y todo, todo, todo lo ha sublimado el gran regalo de poder comulgar, como el primer Jueves Santo, bajo las dos especies.

Mariano Jiménez

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